CARLOS BERLANGA: INDICIOS

Conocí a Carlos Berlanga en 1992, dentro de un ascensor.  Siete pisos más arriba nos esperaba Enrique Monereo, el amigo común que nos presentó.  Viajamos con él hasta Marbella, donde tenía una casa en la cual pasamos los tres un magnífico mes de agosto.  Por supuesto, de Marbella sólo pisábamos Semon  para las provisiones, y el puerto de pescadores para las pastillas, el baile y los chicos.  Los había muy guapos.  De inmediato descubrimos que ligando en manada teníamos cierto éxito.  Sobra decir que lo aprovechamos todo lo que pudimos.  Los días transcurrían entre la playa, la piscina de Enrique, las comiditas, las siestas, y unos atardeceres brillantes en la terraza desde la cual veíamos África en compañía de su guitarra, mis libros, y de Elvis y Frida, dos perrillos salchicha que ocupaban un lugar muy importante en nuestros corazones.  A lo largo de dos o tres horas, todos los días, escribíamos canciones.  Creo recordar que hicimos más de veinte.  Entre ellas estaban las que luego serían “Indicios”, aunque el disco que imaginábamos en la casa de la playa, se llamaba en realidad “Absolut”, igual que el grupo que Carlos me había propuesto formar con él.  La idea surgió una tarde que soplaba viento del sur.  La temperatura a mediodía era insoportable.  Dormitábamos a la sombra cuando me preguntó qué es lo que más me gustaría en el mundo.  Le respondí que me encantaría que alguien me comprara para no tener que hacer nada más que lo que me mandasen.  Me parecía una vida muy cómoda y perfectamente irresponsable.  La idea le gustó y pasó la siguiente media hora especulando sobre la posibilidad.  Concluyó proponiéndome que fundáramos un grupo.  Teníamos una botella de Absolut Citron rondando por ahí.  Era nuestra bebida favorita.  La mezclábamos con tónica.  Carlos cogió la botella como si fuera la manzana de Newton.  “¡Ya lo tengo!”, exclamó, “haremos un dúo, lo llamaremos “Absolut” y le diremos a esa marca que nos compre.  Sólo cantaremos para ellos, ¿qué te parece?”.  Naturalmente me pareció bien, como todo lo que solía decir Carlos.  Además de quererle como a un amigo, yo le admiraba, y respetaba enormemente su talento en varios terrenos.  Además de un gran compositor, Carlos pintaba muy bien, aunque lo que yo creo que hacía mejor era escribir.  Siento tantísimo su fuga, entre otras cosas, porque yo esperaba los libros que sin duda escribiría a partir de los cincuenta.  Ahora tendrá que escribirlos otro.  Pero volviendo al asunto “Absolut”, lo que pasó fue que pulimos la idea hasta el extremo de que ya sólo faltaba que uno de los dos cogiera el teléfono, contactara con los fabricantes del vodka y les pidiera una cita.  Claro está que ninguno de los dos lo hizo.

En septiembre volvimos a Madrid y ese otoño se grabó “Indicios”.  Siempre recordaré la simpatía de Olvido Gara y de Nacho Canut en cuyo estudio de la Colonia de los Ángeles se hizo la maqueta.

Hoy, a muy pocos metros de allí está la tumba de Carlos.  Descanse en paz.

— Paloma Olivié, 2003.